Hasta no hace mucho pensaba que la educación no formal era como un pequeño kayak frente a la educación formal llegando de frente como carguero gritón, una bestia de metal. No se puede seguir ampliando la perspectiva de la visión porque te viene una sensación extraña, sentís como que si seguís aumentando la cabeza te explotará. Sin embargo el kayak sigue adelante y no bambolea. La bestia de metal es imponente y parece sufrir, es arrastrada por dos corceles dorados que van sumergidos a su espalda y por delante. Como cuando un gladiador agarra un pedazo de tierra del suelo donde va a combatir y la siente, la huele, la tira; las manos del kayak asoman y penetran al río al igual que esos biguás que salen repiqueteando el agua apenas unos metros adelante. Un triturador de superficie a las espaldas del kayak adorna aún más la situación; la mente, el cuerpo y la emoción definen a un sujeto integral que mantiene el equilibrio a bordo de la pequeña embarcación. Ya no queda más tiempo, el kayak sigue el aprendizaje como proceso y la bestia de metal grita, sufre y recula. Estanca hacia puerto argentino porque necesita alimentarse y el kayak libre y en paz se dirige a río abierto porque no hay estructura estatal que lo sostenga para tontas obligaciones. Y ahora sí: al horizonte se espantan cien patos de fuego porque Moby Dick is not dead.
sábado, 25 de febrero de 2012
jueves, 9 de febrero de 2012
Abrázame, nunca estuve tan solo
Me avisan por teléfono y se corta la luz. Todavía algo se ve porque son casi las siete de la tarde. Me voy de la charla y contesto monosílabos hasta que corto. Me quedo sentado en el living sordo, quieto. Estoy en la silla que tiene acolchado amarillo y rechina. Pienso en cómo pestañeo, pienso unos mates, pienso dejar de hacer lo que venía haciendo, y no hago nada. Estoy quieto y en silencio. Recién empieza.
Me meto en la pieza y me apoyo en el suelo, ya en la oscuridad se sienten más los títeres. No se muestran, hacen ruido. Es el origen de la tristeza y no me refiero a la muerte de un amigo durante la infancia. Es la muerte ahora, hoy que me levanté con poca luz, dolor de mi hombro izquierdo por la humedad y ni una canción. Es la muerte hoy.
Desde el suelo tengo una ventana de frente y bibliotecas a mi espalda. Hay olor a pollo quemado y el piso de parquet tiene hojas secas. En silencio meto mi pie derecho en una pantufla marrón y la saco. Vuelvo a repetir la acción hasta que me empieza a transpirar el pie y dejo de hacerlo. Cuando las cosas dejan de moverse siento estar solo, desabrazado. Sin querer tiro una pila de cajas azules con mi brazo derecho y veo cómo se van desparramando unos diarios, no las ordeno y pienso que podría haberlas tirado de un piñón, al menos serviría de algo, pero las cajas se cayeron por accidente, y eso es todo lo que pasó en ese momento.
Las garrapatas se meten por la ventana, algunas explotan de tan comidas; dejan manchas en la cortina azul. Varias me rodean por el lado donde está la cama y otras se vienen por la izquierda, donde un placard roza la pared húmeda. Se acomodan con sus cosas y retratan imágenes en movimiento y otras que deben revelar. Unas pocas que no veo llegan hasta mis extremos, me pican y dejan en mi cuerpo ronchas entre moradas y verdes.
Una nube de humo parece meterse desde afuera y en realidad es el pollo que ya no sirve. Tengo un papel en la mano lleno de tierra, con un número que no conozco. Puedo marcarlo en el celular y terminar de sacarme la duda pero no lo hago. No entiendo de dónde salen las hormigas, me pongo a buscar algunos pequeños hormigueros y no encuentro nada; salvo el de la entrada, pero ese hace rato que está y no molesta, respeta los horarios. Y Fabián que todavía no escribió, que tampoco me escribe.
Me siento olor a chivo y tengo la frente latosa. Mi vieja fue la que me avisó: se quedó callada dos segundos en el teléfono y luego lo dijo, con algo de temor, como dándose cuenta de la mierda. No sé por dónde va a salir pero ahora estoy solo y hay silencio, respeto, palabras que nunca hubieran aparecido, ni hablar de sus títeres metafóricos, inentendibles. Trato de levantar una biblioteca y ni la muevo, me quedo mirándola. Hay un sueño, un hombre de luz, espero, me espera, nos despedimos, nos prometemos vuelta, lo quiero, “se lo va a extrañar” dice la postal de una de las garrapatas, te dejo mis cosas se atreve a consolarme, me dice hasta siempre, le digo hasta pronto.
Cuando caigo ya estoy en la calle hecha barro. Inútil. Idiota. Con las manos mojadas, el cuerpo. Y unos changos que pasan, comentan:
—Se viene con todo, hasta en el barrio lloverá.
Dedicado a Luis Alberto Spinetta.
miércoles, 1 de febrero de 2012
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