miércoles, 29 de agosto de 2012

Una banda descontrolada

Aquí una reseña en el número de agosto.

En el camino


Zam-bha con olor a tabaco dulzón. El Zam-bha de la tarjeta invisible, la hippie card. Che Zam-bha de los libros inconseguibles, dorados. Vos Zam-bha que te me metiste en el camino de alguna feria y me dijiste “por favor, se ruega tocar”. Y me señalaste libros, me explicaste el funcionamiento, profundizaste -siempre- sobre algún tema y me despediste con un mate.
Todo y algo de eso dice esta foto, que ya es vieja pero que hoy será uno de tus reflejos cuando te busquemos en esta tierra desguazada. Este tipo que decía llamarse Zam-bha vivía de un proyecto: cambiaba libros de su tienda ambulante por confianza. “Llevalo, leelo y si te gusta y te lo querés quedar venís un día, cualquier día, y me lo pagás. Acá te doy mi tarjeta, en esta hippie card están mis datos, con ella me vas a poder encontrar”, decía y daba. El aire te llegaba a la palma de la mano porque esa hippie card no era de papel, no era palpable, era cualquier cosa que uno se podía imaginar en ese momento.
Canoso, un par de cubas en su nuca, ojos curtidos y achinados; de manos ásperas, de un solo corazón para varios amores; tres hijos, frutos de la tierra de ayer. 
Zam-bha siempre estaba sentado como en esta foto. Esperaba el contacto con el ser porque le “interesaba profundamente las posibilidades evolutivas de la raza humana, sabiendo que para eso se necesita despertar del ensueño”. Se veía a Zam-bha, puesto como en esta imagen, imantar a las jóvenes de flores en sus pechos y pubis mientras el gran relator disparaba alguna teoría filosófica y explicaba cómo Borges había sentido a la biblioteca inútil, esa de Babel. Explicaciones que rozaban la esencia de su tarjeta, leyendas más bien para congratular el arte de lo improbable.
Hace apenas unos pocos días, este viajero que quería irse a vivir a las sierras de Córdoba descubrió un camino. Algunos dicen que es ahí cuando se termina el recorrido, pero otros advierten que al final está el tesoro. Es así como este hippie sin su época llegó al final del arco iris y vio una puerta, la que por siglos se ha tratado de encontrar en las historias de aventura. Antes de eso, Zam-bha nos dejó una carta. Decía: “…Zam-bha… invita por este único medio, a familiares y amigos, a un momento de reflexión y regocijo ante el maravilloso viaje que he emprendido de regreso a casa. Reciban, desde lo más elevado de este mi tránsito entre ustedes, mi gratitud por todo lo aprendido; y les ruego interesadamente disculpen los errores de mi torpeza (para hacer más liviano mi equipaje). A quién se sienta mi acreedor, perdón por no tener con que pagar. Y si por acaso alguien creyera que me adeuda, no le va a faltar, en esta tierra empobrecida a quien ayudar como si levantara una copa brindando por mí”.
El librero más colorido y aromático que conocí tenía una camioneta donde transportaba sus libros y cajones. Sentado en la puerta de mi casa, pensando este texto, la veo pasar: “El trashumante”, va su nombre pintado sobre uno de sus costados. Va perdida entre zanjas, pozos y baches. Se escucha su gastada bocina como si fuera un alarido desconcertante. Va esa camioneta sin su compañero conductor como re-caliente por no haber podido entrar con él al final de ese secreto.
PD: “p.d: ¡realmente fue hermoso vivir!”.

Publicada en el número 111 -Aniversario- de Revista Sudestada - Agosto 2012.