lunes, 10 de marzo de 2014

Dúo

Anoche Melingo invitó a Jaime Torres para hacer una zamba. Fue un cuelgue psicodélico de más de diez minutos de música autóctona. El Ateneo entero supo que frente a un cuarteto de contrabajo, guitarrón, eléctrica y charango estaban descubriendo algo nuevo. Por eso los aplausos duraron más de cinco minutos y Jaime tuvo que agacharse para saludar tres o cuatro veces. Luego tuvimos que perdernos entre Almagro y algunos bares para, entre la noche y esa pieza gloriosa, lograr hacer algo con eso. Del pico un vino, Corrientes amaneciendo y esa zamba poderosa, dueña de la gran ciudad.

Domingo blues

Festejamos el domingo en banda. Pensamos en el blues de Jack White, el de Pappo y alardeamos un gran verso local de Vilche: "Y los hombres tristes, / deambulan por la ciudad / en busca de respuestas, / queee, / no saben dónde están". Dylan dijo entre el pollo y las papas fritas que tenemos que ser felices a pesar de todo. Una de la banda lo enganchó con que "Vomitar es igual a llorar. Duele adentro". Descubrimos la historia secreta del hermitaño Don Tocornal y ahora la casa, sola y fresca, disfruta del desorden y la lluvia. "No tan Buenos Aires" (seguirá el disco entero hasta el final) me hace recordar a los que están fuera o lejos de esta ciudad mientras un mosquito me explota un tobillo sucio. 

 

lunes, 24 de febrero de 2014

La hamaca del abuelo

Es raro que esté sentado un domingo a la mañana en la puerta de casa. A esa hora el sol te dá de frente. Esperaba a unos amigos, teníamos plan. Mi vecino, del cual conozco algunos de sus gustos -sé que una noche cantaron con sus amigos el primer disco de Vox Dei a los gritos, que sabe cosechar y que trabaja en la Uocra- pasó por la vereda y me saludó amablemente. Todavía no se aprendió mi nombre. Creo que tampoco sé el suyo, lo sospecho. Fue hasta la esquina y volvió; quince metros. Cuando pasó nuevamente frente a mí, se frenó y me dijo:

-¿Sabés una cosa? Esta madera que siempre acomodo la puso tu abuelo. Antes era un tirante que sostenía la hamaca donde jugaban todos ustedes. La sigo sosteniendo porque eso, la puso tu abuelo.

Después se fue y puso un disco de Janis Joplin al palo. Luego de veinte años vivo en la casa que hizo mi abuelo. Lo pensé y después hice mis planes. Estuve en un lugar de antigüedades. Habitaba el mismo olor que aquellos años. Estaba su olor. Ya ahora, de noche, nos vamos al cumpleaños de la vieja, mi abuela, cumple 83, y seguramente brindaremos por él.

Te extraño, abuelo.

Visto de negro y salgo los martes

Tengo un paraguas con mango de madera. No se trata de vejez, ni temor. Es una causa de dandismo, uno que se halle por los años cuarenta, que conozca de bares y poesía. Ese mango de madera un día me sostuvo la pera, miraba a una paloma destrozada por la urbanidad. La paloma lo llevaba sin rencores, picaba de la calle la basura de las primeras horas de la tarde. Había llovido toda la mañana y quizás el viaje se haría más largo. Era martes, por eso estaba vestido de negro y pensaba salir. Lo que nunca creí fue verla de esa manera, abriéndose por el medio de la gran ciudad, su sonrisa, luminosa, su sonrisa, salvadora. Se me zafó la pera de mi paraguas y la paloma nos dejó solos. Zapatillas de lona, vestido y campera de cuero. Todo por Diagonal Norte hasta el cine.



El primero de Vox Dei

Escuché ruidos en patio ajeno. Subí a la terraza y ví un pedazo de nube formada por el tóxico de la petrolera. Escuché canción y un par de gritos. Mi vecino está de asado con unos amigos, creo que son tres más. Trabajan en UOCRA. Mi vecino anda con mirada desviada y al metro noventa siempre lo tapa un enterito (vaya chiste) de maquinista, aunque sea verano. La canción me sonó conocida y la voz del cantante también; "Reflejos" gritaron. Al toque empezó "No es por falta de suerte" y después "Cuero". Los muchachos de la UOCRA están escuchando un disco de Vox Dei mientras se bajan un costillar entero. Si fuera un poco más vivo me subiría al borde de la medianera y les pediría un lugar, al menos un vaso. Sin embargo, ahora con la lluvia no escucho el final de "Presente" porque se metieron adentro para que el disco original no se les cague.

 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Cara de libro


Hasta marzo del 2013 Facebook tenía registrado 1.110 millones de usuarios. Se trata de una red social que desde sus inicios, el 4 de febrero de 2004, siempre pidió tener una foto de perfil. Uno puede poner cualquier foto pero la comunidad optó, quizás por eso tuvo tanto éxito, por las fotos personales. Por retratos lindos y elaborados que muestren las virtudes de nuestros rasgos y oculten las imperfecciones, ya sean granos, arrugas, narices largas, narices cortas, una ceja más larga que la otra. Una foto de perfil que nos defina, que nos muestre solteros o enamorados, inteligentes o sexis, sagaces o tiernos. Al principio los autorretratos dominaban el recuadro que siempre estuvo arriba a la izquierda del home de la página. Como esas acciones se volvieron ridículas, aparecieron las de uno mismo pero hechas por otros.
Por eso una foto de perfil no es moco de pavo: puede buscar intelectualidad y lograr ridiculez, puede buscar reflexión y lograr obviedad, puede buscar el lado más prolijo y lograr evidenciar rastros de cera en la oreja. Si no te filtrás un poco, una foto de perfil te puede hacer quedar como un pelotudo.

jueves, 7 de noviembre de 2013

La lechuza



Ffffsssshhht. En el 275, el que va a Punta Lara, parece que se metió una lechuza. Pueden ser los frenos del colectivo, la línea cuenta con el modelo más viejo que se puede largar a la calle. Puede ser un pedo de la señora que se me sentó al lado y parece fatigada. Puede ser el aire entrecortado de alguna ventana. No sé qué sea, pero parece lechuza. Cuando el bondi pasa por el Bingo -que se ubica próximo a la estación de trenes- vuelvo a escuchar el ruido y miro de reojo a la señora: parece calma, quizás porque ya es su segundo pedo o quizás porque no tenga nada que ver. El ruido suena dos veces más, me saco los auriculares y acomodo mi cuerpo para tener mejor visión hacia el interior del micro. Dos pibes que están sentados delante de mí se ríen. Mi asiento es el último antes de llegar a la puerta trasera. Los chicos me miran y cabecean hacia la izquierda. A la misma altura, pero en los asientos individuales, hay un hombre de unos 50 años con la cabeza tumbada. Cada cuatro o cinco cuadras la endereza y luego se le vuelve a caer. Sus ojos están rojos y vidriosos. Cuando llegamos a Plaza Italia, casi el centro de La Plata, lo hace dos veces seguidas.
Por calle 7, el 275 se llena -y nosotros que ya nos acostumbramos al señor chillón- esperamos sorpresas de los nuevos pasajeros. Algunos están de espaldas y pegan el salto hasta que descubren el motivo del ruido. Hay dos señoras que se asustan y hablan algo con el chofer. En 7 y 45 hay un choque, bocinas, el micro intenta subir la rambla, un auto de frente lo putea y el señor chillón endereza la cabeza. Hay una chica que se acaba de subir aturdida y se pone justo adelante del protagonista de nuestro viaje. La chica se balancea con las maniobras enérgicas del micro que ya está retrasado y el hombre toma una decisión incorrecta: trata de cederle su asiento a la chica. Ella acepta la cortesía pero cuando él intenta dejarla pasar pierde su estabilidad y manotea sin ver. Tetaculo, tetateta, culo. Ahora hay gritos, un micro frenado y un chofer empujando a un señor chillón hacia la esquina de 7 y 46. Abro mi ventana, el micro arranca y desde la esquina, con cara de haberse bajado en la esquina incorrecta, escucho el último suspiro del protagonista del 275: Ffffsssshhht.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Tito, mostrá esa porquería


Le encontró la vuelta. Tito tiene una verdulería hace más de treinta años y del otro lado de la calle está su casa. Cuando entrás al negocio te grita como si fuera un sargento: ¡Buenas tardes señor! Y luego te deja elegir la fruta o verdura que vas a a llevar. El precio es barato y redondo: tres kilos de papas, seis bananas y seis manzanas son diez pesos. Lo dice siempre igual, con cierto despojo: “die peeesos”. Lo mismo con cualquier combo. Llama la atención que nunca haga la cuenta y que pocas veces use su balanza. Generalmente son die peeesos, o veinte peeesos. No hay muchas variantes.
Tito dice que vende todo lo que tiene que vender bien temprano. Dice que nunca lo ven porque vende lo que tiene que vender a la hora en la que todavía todos duermen. Es pelado y cuando larga una carcajada parece Papá Noel. Pero Tito no tiene barba larga y blanca, sí tiene dos buldogs blancos que aún son cachorros. Macho y hembra. “A estos me los voy a quedar, no voy hacer lo que hago siempre con todos los perros y gatos que me llegan al negocio...”.
A media mañana, Tito puede estar leyendo a Foucault, novelas del siglo XIX o directamente El Plata, la versión reducida del Diario El día. Si hay sol está en la vereda con más de una silla y si no está adentro con la puerta cerrada; cuando uno pasa por ahí se lo puede ver igual a través del ventanal que ocupa todo el frente de la verdulería.
A la tarde siempre está con otros hombres que se quedan a discutir sobre fútbol o carreras de caballos. Tito les hace mate. También recibe a dos linyeras del barrio y a los nenes que le piden alguna banana que le sobre. Los linyeras y los nenes a veces también se quedan adentro de la verdulería. Tito, por las tardes, pone rock and roll.
Ni bien entrada la tardecita, el movimiento de la verdulería se apaga. Baja la persiana oxidada, se lleva a los perros y guarda todos los cajones con verduras, frutas y flores. Después de pasarse todo el día entero en el negocio, Tito desaparece. Va a ser el primero en levantarse al día siguiente para vender eso que nadie alcanza a ver. Una vez me dijo: “Si necesitás seguir escribiendo varias horas seguidas, venite temprano al negocio que yo te puedo ayudar”. Por eso es obvio: Tito le encontró la vuelta.

domingo, 9 de junio de 2013

La 63


Orsai #5



# Cuando ví a Joey Ramone en vivo sentí algo especial. Me movilizó. Era feo y desprolijo, no tocaba tan bien la guitarra y casi que no bailaba. Después averigüé si sabía bailar pero nadie me supo responder.
# ¿Ahí decidiste ser músico o ahí directamente sabías que ibas a cantar y tocar el bajo?
# Ahí supe que él se parecía mucho a mí y encima lo noté contento...
Apenas dijo eso, el Chango retó a Monchito -su perro- con un “Salée Monchito” y se lo llevó para adentro. Luego volvió al patio, se sentó en un pedazo de tronco y siguió:
# Yo lo único que quería era estar con mis amigos y seguir escuchando música, tener tiempo para hacer esas dos cosas#, dijo mientras se acomodó el cuello de su remera de “Kizz” y miró a su primo que hacía cuatro años que no lo veía.
# Pero algunos de nosotros tuvimos que salir a laburar para poder arrancar...# dijo el primo que también es músico pero se recibió de arquitecto y ahora trabaja ocho horas diarias en su oficio matriculado.
# Sí ya sé, por eso estoy feliz, pudimos hacer una banda con mis amigos y vivir de eso. Aunque no sé hasta cuándo durará.

Por el cielo pasaron volando cien pájaros negros. Los miraron y dejaron de hablar hasta que se perdieron en el cielo de otro patio.
# Estamos en pleno invierno Chango, no podés seguir usando esa malla naranja, te vas a enfermar. Vos te tenés que cuidar la garganta poderosa.
# La uso porque me queda cómoda y tengo varios kilos de grasa que me protegen.
# ¿Pero cómo es que le dijiste a tu vieja?
# Le dije que se quede tranqui, que no necesito usar pantalones-largos-prolijos porque soy una estrella de rock del submundo.
El Chango se rió y vió venir a Monchito a toda velocidad. El cusco acababa de aprender a abrir puertas. Corrió hacia el Chango como si hubiera matado a un policía motorizado.

Texto trabajado en la Universidad Orsai con Josefina Licitra. Había que escribir un diálogo que no hayamos presenciado.


martes, 4 de junio de 2013

Orsai #4


Tengo miedo, me siento observado, creo que se dieron cuenta, todos están esperando a que llegue la explosión o al menos su aroma, si tuviera una moto saldría ahora mismo pero no puedo, estoy sin nada, ni siquiera la bici saqué en este día de sol, una mañana sin nubes en la que el miedo me agarra cada vez que siento esa sensación dolorosa dentro de mí, en mis entrañas, y yo nunca supe entender a mi amigo, el que tiene buen apetito, el que siempre sale corriendo y eso que él no tiene moto, pero a mí nunca me había pasado, en realidad no sé si ellos me miran o soy yo que tengo el olor impregnado en mi nariz, siento que tengo las manos sucias de tanto habérmelas lavado, ya no sé ni cuántas veces lo tuve que hacer pero realmente hubo días en los que repetí la acción hasta cinco veces en tramos de dos horas, está bien, acaba de terminar mi tarea de la mañana, por suerte me voy de la oficina así ellos dejan de mirarme, dejan de esperar el estallido, dejan de sentir el aroma que todavía no ha llegado y que no les va a llegar porque ahora ya estoy corriendo por la calle.
Cuando el miedo se me va siento una satisfacción orgásmica, una calma luego de una rotunda paliza de un Hemigway en cueros que me invitó a pelear a su ring armado en una esquina, más bien diría que soy Bukowski pero no exactamente en ese cuento en que lo caga a trompadas a Hemigway sino más bien en cualquiera de sus relatos donde lo que se siente, lo que se oye, lo que se percibe es el alcohol, en cualquiera de sus formas, el alcohol y el pos alcohol, ese día después en los que la conciencia no vuelve hasta pasadas algunas horas de sol, pero esto dura poco porque al rato me vuelve el mismo miedo, aunque ahora lo que siento es desesperación porque no creo poder aguantar en una reunión donde el recipiente se encuentra muy cerca de los reunidos, en las paredes hay cuadros con las tapas, hay estantes con revistas guardadas en paquetes con etiquetas y un grupo de personas se encuentra pensando distintas propuestas y yo en lo único que pienso es en tener una moto, y ni bici tengo, porque no la saqué en este día de sol que se está yendo, en invierno el sol se queda menos pero tampoco es para quejarse porque en Islandia es peor, en Islandia se queda sólo cuatro horas y quizás por eso Bjork empezó a cantar en inglés, me distraje y no sé qué dijeron, espero que haya terminado la reunión porque ya saludé rápido y ya estoy corriendo otra vez por la calle, está oscuro, ahora lo mío es desesperación porque mi intestino ya no da más y es entendible, no puede ser que esto me haya pasado más de cinco días seguidos pero siento que además del frío algo más se endureció. Es miércoles a la noche y luego de varios días de diarrea tremenda, la primera de mi vida, veo caer un sorete duro. Un hermoso sorete duro. 

                                                                              ***

Texto trabajado en la Universidad Orsai con Josefina Licitra. Había que hacer una secuencia narrativa con un ritmo marcado.

Orsai #3

–Porrque le materia fecal también puede terminar en un verrso.
–¿De qué manera?
–Cagándola.

Así me lo dice el Rey Larva, un poeta con olor a vino, mientras vamos caminando por el medio de la calle. Es domingo y la gente sale a sus balcones para ver quién está gritando.

–La revolución ess con flores o no será. Vos me ves así, en cueros, pero yo sé que esss lo que se viene. Vamos pateando la ciudad, vamos a comprar una birra, ESTO ESS EL AMOR, ASÍ ES LA PUESSÍA.
–Gritate alguna de las tuyas así te escuchan los que miran–, le digo a Larva, mientras trato de sarcarle algunas fotos que aporten a la séptima edición de la FLIA (Feria de libros independientes y autogestionada). Él, avanza al almacén de la esquina; lleva sus vaqueros sucios y gastados, y su cinturón está desabrochado. Se le ve el culo entero y en el medio de un cachete tiene un grano con pus.
–Tristeza de los cielos, amor infinito, tu cosmos será para mí lo que tú... nou. Tristeza y amor infinito, el cosmos para mí es que lo para... nou. Me desconcentra el transeúte capitalista. Los que pasan el domingo encerrados, cerrrdos.

Cuando el poeta entra al almacén espero que alguien salga corriendo.

El Larva poeta eleva una botella hacia el sol:
–Rey Larva tiene su combustible –, lo dice como si fuera el Diego, en tercera persona.
–¿La pagaste?
–Con palabras, amigou.

Vuelve a la feria, en su camino tira la tapita de la cerveza en un cesto de basura, se ata uno de sus borcegos y luego sigue caminando moviendo su torso como si no tuviera columna vertebral. Parece Mick Jagger cantando “Sympathy for the devil”. Así, oscilante, va llegando a su puesto de libros, y choca las manos con otros larvas amigos. Lo escucho gritar algo así como “La vida de la cerrveza es la amistad con la feria dil cossmos” y luego miro el visor de mi camara de fotos y pienso que no hay dudas. Él es el rey. 

                                                                            ***

Texto trabajado en la Universidad Orsai con Josefina Licitra. Había que construir una secuencia narrativa donde debía predominar la voz directa.

sábado, 4 de mayo de 2013

Orsai #2

Cuando había pasado más de dos horas con el agua hasta la rodilla me hice unos mates. Estaba cansado de luchar contra las filtraciones. Pero apenas media hora después ya tenía el agua hasta el cuello y tuve que bucear adentro de mi propia casa; la puerta de salida se hinchó y debía conseguir algo para reventarla. Martillo-gancho-palanca-un vecino y la puerta reventó. Una vez liberada la entrada, se formó un remolino y mis cosas empezaron a salir conmigo. La computadora, mi colección entera de la revista “Expreso imaginario” y la billetera -que ella me regaló para tranquilizarme por el robo de la mía- salieron a la par mía. La billetera dobló por diagonal 74 y eso fue lo último que víví con resignación durante varios días.
Subí al único balcón que tenía la cuadra y aparecieron imágenes en mi cabeza: la choza que refugió a Salinger durante años, la guitarra extraviada de Yupanqui, la escopeta de Cobain; todas de mundos paralelos. Se producía una unión de aquellas postales con la que estaba viviendo en ese momento. Las veía junto a las maderas de la baranda que me sostenía. Había oscuridad total, registré el aullido de los perros y noté cómo las alarmas de la ciudad se iban apagando.
Han pasado dos semanas y ahora, cuando me acuesto, tengo una rutina: corro la cortina de la ventana de mi pieza y miro sobre un árbol caído el número tres de “Expreso Imaginario”, a veces el viento la abre y la suspende en alguna página. Hoy se queda en la número trece. Luego certifico si tengo mis llaves debajo de la almohada y por último me tomo un lexotanil.

La 60 y la 61



Las Avant-premiere´s en El fondo de la noche







Serán una constante en el programa.

Orsai #1

Hernán Casciari luce el pelo al ras y tiene nariz aguileña y ojos fisurados. Fue escritor en grandes editoriales y ahora escribe bajo sus propias reglas. Creó un proyecto cultural que se llama Orsai; comenzó siendo un blog y ahora es revista, editorial, bar y universidad. En una coferencia de TEDx explica -seseándo- los detalles de su proyecto. Es ordenado y se lo ve tímido. Quizás sea la cantidad de gente: en el salón hay más de ochocientas personas. Durante su exposición nunca se va a sentar en la silla que tiene adelante y va a permanecer con su bolso cruzado apoyado sobre su barriga --a Casciari también lo apodan cariñosamente gordo”--, como si fuera Mamá Cora. Tiene unos papeles con apuntes y cuando los levanta para mirarlos de reojo se nota que su mano tiembla.
Ahora abrimos un bar en Sal Telmo–, dice y acto seguido aclara la dirección entre dientes como como si dijera un secreto, y hace reír al auditorio. Hernán explica que la clave del proyecto Orsai fue eliminar a los intermediarios, es decir: las corporaciones editoriales, los contratos abusivos y los distribuidores.
Agarramos un contrato base de una editorial grande y tratamos de hacer todo lo contrario–, resume.
El gordo Hernán tiene 42 años, es de Mercedes (Provincia de Buenos Aires) y aún conserva a muchos amigos de su infancia; uno de ellos es Chiri -Christian Basilis- co-fundador de Orsai. La seducción y la picardía con la que cuenta la historia de Orsai parece una constante en su vida, algo que siempre lo caracterizó desde chico. Alcanza con ver una foto de primer grado que eligió para poner de portada en su cuenta personal de Facebook. Son 31 alumnos derechos, peinados y sonrientes menos él, que practica un gesto: se hace el mono.
Aquel hombre mono ahora se retira del salón de conferencias con ochocientos aplausos en su espalda.

jueves, 14 de marzo de 2013

Oigo las voces, irreflexión

El sábado la bada tocó un tema que hace alusión a la tragedia del rock. Estábamos en un sótano con una escalera de 60 cms de ancho y 37 escalones; éramos casi 200. Todos cantamos y bailamos.

viernes, 8 de febrero de 2013

lunes, 28 de enero de 2013

Mañana en el abstracto



Ya me parecía raro que me levante y tenga que salir afuera a equilibrar un conflicto vecinal: Unos querían el asfalto y los otros no; las máquinas detrás. Ya me parecía raro un contacto personal con mis vecinos, pero bue. El asunto fue que decidí irme al laburo porque se me hacía tarde y al abrir el portón del garage pasaba una tortuga. Una tortuga posta…

jueves, 24 de enero de 2013

La 59 y atrasos

Última tapa del 2012. Además: acá va un repaso del circuito platense del año, acá se presenta una caravana cantante y acá va una reseña sobre el último disco de Arbolito.

viernes, 7 de diciembre de 2012

El Pin y el Pan

Desde aquí se puede leer el informe sobre Jorge Pinchevsky que cuenta con una ilustración de Rocambole que permanecía inédita.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Entrevista a Pez

Publicada en el número 113 de Revista Sudestada, correspondiente al mes de octubre.

Foto: Martín Santoro.

"Trashpunk"

Aquí la reseña sobre el libro web de Ramiro Sanchis.

"Restos de restos".

Aquí la reseña publicada en La Pulseada.

Fesaalp

Aquí la visión DG.

Los chingones en La Plata

Aquí algunas sensaciones del recital.

La 57

Acá, el resumen del número.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Una banda descontrolada

Aquí una reseña en el número de agosto.

En el camino


Zam-bha con olor a tabaco dulzón. El Zam-bha de la tarjeta invisible, la hippie card. Che Zam-bha de los libros inconseguibles, dorados. Vos Zam-bha que te me metiste en el camino de alguna feria y me dijiste “por favor, se ruega tocar”. Y me señalaste libros, me explicaste el funcionamiento, profundizaste -siempre- sobre algún tema y me despediste con un mate.
Todo y algo de eso dice esta foto, que ya es vieja pero que hoy será uno de tus reflejos cuando te busquemos en esta tierra desguazada. Este tipo que decía llamarse Zam-bha vivía de un proyecto: cambiaba libros de su tienda ambulante por confianza. “Llevalo, leelo y si te gusta y te lo querés quedar venís un día, cualquier día, y me lo pagás. Acá te doy mi tarjeta, en esta hippie card están mis datos, con ella me vas a poder encontrar”, decía y daba. El aire te llegaba a la palma de la mano porque esa hippie card no era de papel, no era palpable, era cualquier cosa que uno se podía imaginar en ese momento.
Canoso, un par de cubas en su nuca, ojos curtidos y achinados; de manos ásperas, de un solo corazón para varios amores; tres hijos, frutos de la tierra de ayer. 
Zam-bha siempre estaba sentado como en esta foto. Esperaba el contacto con el ser porque le “interesaba profundamente las posibilidades evolutivas de la raza humana, sabiendo que para eso se necesita despertar del ensueño”. Se veía a Zam-bha, puesto como en esta imagen, imantar a las jóvenes de flores en sus pechos y pubis mientras el gran relator disparaba alguna teoría filosófica y explicaba cómo Borges había sentido a la biblioteca inútil, esa de Babel. Explicaciones que rozaban la esencia de su tarjeta, leyendas más bien para congratular el arte de lo improbable.
Hace apenas unos pocos días, este viajero que quería irse a vivir a las sierras de Córdoba descubrió un camino. Algunos dicen que es ahí cuando se termina el recorrido, pero otros advierten que al final está el tesoro. Es así como este hippie sin su época llegó al final del arco iris y vio una puerta, la que por siglos se ha tratado de encontrar en las historias de aventura. Antes de eso, Zam-bha nos dejó una carta. Decía: “…Zam-bha… invita por este único medio, a familiares y amigos, a un momento de reflexión y regocijo ante el maravilloso viaje que he emprendido de regreso a casa. Reciban, desde lo más elevado de este mi tránsito entre ustedes, mi gratitud por todo lo aprendido; y les ruego interesadamente disculpen los errores de mi torpeza (para hacer más liviano mi equipaje). A quién se sienta mi acreedor, perdón por no tener con que pagar. Y si por acaso alguien creyera que me adeuda, no le va a faltar, en esta tierra empobrecida a quien ayudar como si levantara una copa brindando por mí”.
El librero más colorido y aromático que conocí tenía una camioneta donde transportaba sus libros y cajones. Sentado en la puerta de mi casa, pensando este texto, la veo pasar: “El trashumante”, va su nombre pintado sobre uno de sus costados. Va perdida entre zanjas, pozos y baches. Se escucha su gastada bocina como si fuera un alarido desconcertante. Va esa camioneta sin su compañero conductor como re-caliente por no haber podido entrar con él al final de ese secreto.
PD: “p.d: ¡realmente fue hermoso vivir!”.

Publicada en el número 111 -Aniversario- de Revista Sudestada - Agosto 2012.

viernes, 27 de julio de 2012

De Garage muestra la nueva etapa de la banda que se formó en la ciudad y que logró que la hinchada cante sus canciones. Haciendo base en su nuevo disco, “El costado izquierdo”, el verso y la nostalgia pintan un nuevo territorio.
“Que llegue, que llegue,
el tiempo en que se quiere”.
Rimbaud
Aquí el enlace de la nota entera.

jueves, 19 de abril de 2012

Presentación de la Biografía de Zitarrosa

La cita tendrá lugar en el Salón de los Espejos de la Facultad de Derecho de la UNLP, calle 48 entre 6 y 7 (ex Jockey Club), a las 19 horas. Además de Guillermo Pellegrino, se contará con la presencia del cancionista Martín Raninqueo, quien interpretará temas de Zitarrosa y propias, y del guitarrista y arreglador Diego Rolón.
Aquí una breve reseña que escribí sobre el libro para La Pulseada.

viernes, 6 de abril de 2012

María Josefq

Agregado: “Yo antes era dark, ahora soy luminoso”.

Página 43: “No hay mujer que no tenga conciencia de su belleza, pero hay algunas pocas, poquísimas, que eligen no ofrecer esa información al público; la conservan para una segunda instancia de intimidad. Son mágicas, desde el momento en que dejan de ser invisibles. Hasta entonces parecen hechas para no llamarnos la atención, para que las sorteemos invisiblemente en nuestro camino. Y, de golpe, no podemos parar de mirarlas, no queremos otra cosa que tocarlas, sólo nos importa mantenernos a su lado el tiempo que nos sea posible”.