sábado, 4 de mayo de 2013

Orsai #2

Cuando había pasado más de dos horas con el agua hasta la rodilla me hice unos mates. Estaba cansado de luchar contra las filtraciones. Pero apenas media hora después ya tenía el agua hasta el cuello y tuve que bucear adentro de mi propia casa; la puerta de salida se hinchó y debía conseguir algo para reventarla. Martillo-gancho-palanca-un vecino y la puerta reventó. Una vez liberada la entrada, se formó un remolino y mis cosas empezaron a salir conmigo. La computadora, mi colección entera de la revista “Expreso imaginario” y la billetera -que ella me regaló para tranquilizarme por el robo de la mía- salieron a la par mía. La billetera dobló por diagonal 74 y eso fue lo último que víví con resignación durante varios días.
Subí al único balcón que tenía la cuadra y aparecieron imágenes en mi cabeza: la choza que refugió a Salinger durante años, la guitarra extraviada de Yupanqui, la escopeta de Cobain; todas de mundos paralelos. Se producía una unión de aquellas postales con la que estaba viviendo en ese momento. Las veía junto a las maderas de la baranda que me sostenía. Había oscuridad total, registré el aullido de los perros y noté cómo las alarmas de la ciudad se iban apagando.
Han pasado dos semanas y ahora, cuando me acuesto, tengo una rutina: corro la cortina de la ventana de mi pieza y miro sobre un árbol caído el número tres de “Expreso Imaginario”, a veces el viento la abre y la suspende en alguna página. Hoy se queda en la número trece. Luego certifico si tengo mis llaves debajo de la almohada y por último me tomo un lexotanil.

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