jueves, 17 de febrero de 2011

Sergio Pángaro

Miro atento “El hombre de al lado”. Tengo un sillón, oscuridad, la intermitencia de la noche y la luz de la pantalla que me refleja los rasgos de mi cara. Miro al fondo de la escena y lo veo a Pángaro en la fiesta de esa casa orientada al sol, me sonrío. Baila, chupa whisky. Me acaba de llegar un mail que me avisa que el mismo Sergio Pángaro saca disco nuevo: “Unos minutos con Baccarat”, reúne sólo cuatro canciones. Me alcanzan, sé que Sergio está en movimiento.

Lo que sigue es una nota que, amablemente, me concedió el último Dandy. Me trae buenos recuerdos.




Lisergia cool


Sergio Pángaro es el emblema nacional del lounge. Vive consigo mismo dentro de una persona metafísica, irónica, frívola y sensible. En un bar de Constitución, donde más le gusta charlar sobre si mismo, nos metimos para rescatar a una de las figuras más cultas y grotescas que ha generado nuestra ciudad. De Garage pronuncia cuentas pendientes; acá va una más.

Por Facundo Arroyo.

Tren desde La Plata a Constitución. Un viaje que muchos han hecho por simples compromisos o quizás en busca de algún objetivo particular. La urbanidad se prende a las vías en las horas pico del día y la furia del tren hace sentir el asiento incómodo del viaje. Esa imagen que muchas veces denota frenetismo laboral, exigencia territorial o simplemente viaje de incumbencia es la que lo vio a Sergio Pángaro en los años 80 ir y venir, a principios de los 90 más ir que venir y ya finalizada la época verlo arriba del tren por última vez.
Un Pángaro parado en la estación de trenes vestido de gala. Traje de los años 40, líneas bien marcadas por tintorerías, alguna flor enganchada de sus ropas y peinado a la gomina. Gente que lo mira y que mucho no entiende. Gente que mira Pángaro y que las entiende demasiado.


Sentado en “La central”, el bar ubicado en Lima y Garay miro de reojo con la intención de conectarlo ni bien entre. Sería un desastre que mire para adentro, no encuentre guiños y se valla. Entonces de frente a los vidriales que muestran el fin del tren, los multicarriles para el siguiente transporte público y la gente en estampida dirigiéndose a sus próximos lugares, no me muevo y miro, fijo. Es idiota pensar que Sergio Pángaro va a entrar a un bar y no lo vas a ver; puesto que cuando él llega, el bar cambia. Inevitablemente la luz que irradia el bohemio de Constitución es potente. Se da el guiño pensado y Pángaro y su novia se acercan a la mesa. Café por un lado y cerveza para la pareja.
Esta vez sin gomina y con unos llamativos rulos bien oscuros, Sergio llega con ganas de hablar y lo único que se estipula son algunos disparadores. Entonces la indagación viene por el lado de La Plata, “su ciudad”, como dice él. Y recuerda:
“Lo que en realidad extraño es una época de mi vida, no tenía gran cosa que hacer más que pensar en qué escribir o en qué grabar. Caminar por el bosque y pisar las hojas, ir tardes enteras al museo y colgarme viendo piedritas. Después es como difícil estar en La Plata porque todas las cosas que tengo que hacer no las podría disfrutar. Es como una ciudad para tener plata. Tener guita y estar en La Plata es lo mejor.
La ciudad tiene una identidad completa, no necesita de nadie, me refiero a lo macro, no necesita ni de Londres ni de París. Filtra desde una inteligencia excelente. Hay una ironía que nunca la pude encontrar en Capital. Acá son todos muy textuales, muy idiotas. Y Clarín es el referente de la idiosincrasia porteña. Todos viven en base a Clarín. Por ejemplo, vienen The Strokes y la interpretación porteña es literal. En La Plata no hay manera que pase por ese embudo tan particular de entender las cosas”.
Pángaro es una persona respetada en el ambiente, pero él no se queda con el título y sigue investigando, como lo nuevo en la ciudad. Al respecto dice: Todas esas bandas nuevas de La Plata me encantan. Javi Punga y Elmató hacen música genial. Una vez los fui a ver, y había tanta gente que me tuve que parar, estaban todos quietos y cuando empecé a agitar se prendieron y yo les decía “suéltenme que los voy a cagar a trompadas” y los pibes ni bola, había una furia impresionante. Ese día clausuraron el local. Buenísimo”.

Es una cuestión de actitud

Músico, escritor, poeta, actor, modelo, y tantas facetas de un mismo artista que nunca paró de relacionarse con sus inquietudes. Ha formado una imagen desde la cual vive y respira. Pángaro no se saca el traje ni cuando sale a dar una vuelta a tomarse un café. Y menos aún cuando está en su casa y sale a comer un pancho a las dos de la mañana a la plaza de la estación.
Uno de los conceptos que ha generado la crítica es el de “Dandy” de un mundo subpopular. Pángaro explica: “Por un lado me halaga porque yo los dandys que conozco son gente que aportaron a la cultura. Desde Isidoro hasta Bioy Casares. Me resulta encantador, me seduce. Cuando fui a Roma conocí el Barroco y me encantó, me gusta ese ambiente, como también me gusta el ambiente garage de ir a ver a Elmató a un sótano. Las experiencias a la par inspiran, ensanchan el espíritu.
El Dandismo hace culto de todos los logros de la humanidad sin tener que comprarlo, en ese aspecto puede ser que me vincule con la idea de dandy; porque tampoco tengo una fortuna para moverme en esos ambientes. Creo que es más patrimonio del artista que de un dandy, el artista puede vivir y transitar cualquier ámbito con la seguridad de la pertenencia. Más que nada es una figura periodística que les sienta bien para describirme, si les sirve para comunicar esa idea que la usen.
Yo si tengo hambre a las dos de la mañana y no tengo nada en casa, vengo a la plaza y me como un pancho, esas cosas nunca las dejaría de hacer, me cago de risa de la idiosincrasia del argentino de pertenecer a algo y seguir esas reglas en particular. Lo que hacemos nosotros se nutre de la conciencia y de lo que realmente pasa, yo me quiero enterar qué pasa en Recoleta y también de las cosas que pasan en Constitución.
El tren Constitución – La Plata es una foto de lo que es el país y a mi me sirve. En Baccarat esa dualidad se ve. Vengo cantando suave y quieto y de repente me tiro al piso y aparecen esos vestigios del rock.
El dandismo tendría que dar pie a una multiplicidad de inquietudes que se van dando. Se refleja en el público de Baccarat. Muy variado. En ese marco se pueden hacer cosas muy divertidas y a la vez muy interesantes.

Mundo tornasol

Una de las letras de los Baccarat dice: “Mundo de papel para recortar / quiero una ciudad que yo pueda armar”. Pángaro nos cuenta cómo armó la suya allá por los años en los que se formó, los 80. “Con el rock, en el colegio tuve mi primer banda en tercer año, con Gustavo Astarita, cuando terminé el secundario dejé la banda porque tenía pensado encarar la música de una forma más completa, no dejando el rock, pero incluir música clásica, bolero, jazz y toda esa movida para ver después qué salía de esa base.
Pero la verdad que la experiencia grupal no fue una idea placentera, siempre era una discusión eterna hacia dónde queríamos ir. De hecho con Gustavo discutíamos un montón. Obviamente luego hicimos muchos proyectos juntos, pero en ese momento que uno se está definiendo para qué lado quiere ir, un grupo es difícil, por más que haya mucha confianza. Así que con las experiencias grupales estaba muy escéptico hasta no hace mucho.
Entonces, en ese momento, relegué la música por el teatro. Me invitaron a participar en un grupo de teatro (“Compañía de farsantes limitada”), participar significaba ponerse a hacer literalmente el teatro. Una vez que se terminó esa movida hubo actividades de talleres y me anoté en todos. No era teatro naturalista, era ya con las tendencias de los años 60 y yo no me sentía muy bien con eso. Yo quería más el estilo de De Niro, Al Pacino y Marlon Brando”.

“En la noche está la esperanza de la humanidad”

“Luego de mi experiencia por el teatro me compré una portaestudio (multitrack que grabás y grabás y luego podés mezclar en el mismo aparato), en ese momento era algo impensado. El dato me lo trajo un amigo de Europa. Cuando me explicó de qué se trataba me entusiasmé mucho y me propuse ahorrar para comprarla. En ese momento costaba 600 dólares y fue cuando me metí a trabajar a YPF (mi único trabajo). Cuando llegué a ahorrar la plata para el aparato renuncié.
Grabé algunas cosas y me fui a Mar del Plata con un unipersonal, bastante bizarro (en esa época todavía no existía esta palabra). Muy influenciado por nuevas tendencias de teatro. Cuando vuelvo de Mar del Plata me vine directo a Buenos Aires; en ese momento me interesaba la música africana y me vinculé con una comunidad Afro-brasilera que hacía Capoeira. Me metí ahí más que nada por la percusión y estuve dos años, también había gente uruguaya. En Parque Lezama antes había como especies de conventillos y como no tenía donde ir a vivir me fui ahí con este grupo de gente. Con la portaestudio los grababa todo el tiempo.
En ese momento existía “Víctimas del baile” (Dani y Rudy). Me juntaba con Dani y mezclábamos todos estos ritmos. Grabamos algunas canciones y ahí empezó todo una especie de movida. Era tecno con bases africanas algo rarísimo (tecno industrial afro).
Me robaron la portaestudio en el conventillo y me deprimí un montón. Dejé toda esa cosa Tecno”.

& Baccarat

            De a poco y sumando experiencias donde había oportunidad, Sergio se fue formando y definiendo hacia una virtud que lo destacaría del resto. Llegaba para fusionar nuevos ritmos y abrir un plano más a la base del rock. Como toda transgresión Los Baccarat sufrieron críticas a su ironía y hasta fueron resistidos por algunos sectores. Pero Baccarat había llegado para quedarse y buscaría esa apertura desde otros enfoques y con algunas ideas existencialistas, de la mano de este bohemio lounge, moverían la escena.
            Algunos tragos de cerveza, despedida de su novia que lo esperará en otro lado y Pángaro sin parar. Esa fusión que tiene con la vida y el estigma del bar lo proyectan sin darse cuenta de nada, y él sigue contando: “Luego de lo tecno - afro - industrial, volví a La Plata y me empezaron a llamar la atención los boleros, en cuanto a la literalidad, al rock le faltaba un poco de vida en las letras. Y en este sentido, en esta música me encontré con poetas geniales.
Después los encontré en el tango, lo que pasa que en esa música se metía mucho la esencia argentina que yo tanto detestaba. Soy nacionalista en el aspecto cultural, pero la gente de acá siempre me defraudó. Entonces el lugar común del tango, es decir, la melancolía, la tristeza porteña, no me llamaban mucho la atención.
Y el bolero, como a mi me parecía un poco ridículo, hacía ese contraste que me divertía. Me puse a investigar distintos boleros (cubanos, tocados con big bands) y me compré un teclado y un sampler y empecé como de nuevo a armonizar y armar algo por ese lado. Hice algunos shows en la ciudad y a la par ya tenía un poco de ganas de hacer rock. Me junté con algunos amigos y empezamos a ensayar.
Me di cuenta que al rock le faltaba algo. Yo ya tenía 26 años y veía que me quedaba poco de rock, porque creo que el rock está en la edad. Está en la sangre, tiene que ver con el físico, una manera de no poder contenerlo. Hasta los treinta años. Obviamente luego se puede seguir, y no digo que esté mal, pero algo se pierde. Si quiero hacer rock, me sale maricón.
Yo veía que el jazz, la música clásica, el lounge, me empezaba a tirar un poco. Lo otro era rebeldía. Si sos pendejo, cantás y te sale rockero, tocás algo y te sale rockero. Después ya te sale bien, podés ser muy sensible, inspirado, pero la parte rock desaparece.
Entonces disolví la banda y me puse a hacer música solo con el sampler. En ese momento trabajaba de modelo artístico. Era genial, porque tenía que estar desnudo, quieto y mientras estaba ahí pensaba lo que quería componer. En los intervalos agarraba un papel y escribía todo lo que me salía.
Conocí a María Ezquiaga que vendía comida en Bellas Artes; una vez  en el bar de ahí la escuché cantar jazz y me encantó. Fui y la invité a mi proyecto, al principio metimos dos jazz. Luego se copó con la idea y apareció Adriana (Vázquez); ahí armamos el trío, con escenografías y coreografías. Tipo Les Luthiers. Los vimos en el teatro y dijimos que teníamos que hacer algo así, pero rockero. A partir de ahí se gestó Baccarat. El aporte fundamental de ese soporte, fue la parte escénica.
Respecto a la brutal ironía que reflejaba Baccarat en los últimos vestigios de la época menemista, Pángaro explica: “Nos equivocamos en querer hacer que la gente entienda el mensaje de una manera determinada, siempre encontramos resistencia por parte de la prensa. Yo siempre sostuve que Baccarat era como una solución polaca para referirnos a cosas sociales, ahora ya no pienso eso, pero en su momento era necesario porque estábamos decidiendo para qué lado ir. Vivíamos épocas de derroche neoliberal, y con Baccarat desde el lujo y el jazz nos quedaba al pelo abocarlo desde ahí. La miseria, las fábricas tomadas, tratarlo desde la elegancia. Parodiábamos todo y muchas veces no se entendía. Tuvimos que frenar ese aspecto”.
Entonces desde la elegancia y las rosas marchitas, Baccarat se centró en temas tan profundos como por ejemplo en el amor. Y desde el destierro de lo meloso, Pángaro cuenta: “Siempre es una experiencia bajo la luz del cristianismo, es decir, desde la iconografía cristiana, la mortificación de la carne, el mártir. El que sufre por los demás. Para mi el amor es como un estorbo en la búsqueda de la verdad. Ciertas posturas de Platón y del dios Eros que posee a la amante.
En el bolero y en la música de Baccarat el amor siempre es trágico, siempre se potencia en la medida en que es imposible resolverlo. La separación, la distancia, cuando no hay reciprocidad. No hemos encontrado manera de hablar poéticamente del amor resuelto. El “estoy enamorado” siempre me suena a pueril, como que le falta fuerza”.

Arriba del escenario. ¿Cuál es tu mundo?

Yo creo que hay un mundo mientras estamos tocando y entre canción y canción hay otro. Pueden ser mundos ideales en la medida en que aparezca la inspiración. Hay noches que generalmente aparece algo en Baccarat como una especie de liturgia. Hay otras noches en donde hay que remontarla, ese mundo puede ser muy distinto; puedo estar borracho, duro, enojado, en realidad no me sirve. El alcohol me da cierto alivio.
 Cuando canto es una introspección, canto hacia la música, hacia la canción. Lo armo para el aire. Cuando termina el tema es como que abro una válvula o una puerta donde entra el público y ahí está la risa, el guiño. Como espacios de un show musical de teatro.

Inquietudes.

Una inquietud es que me voy a morir de hambre en algún momento. En este período de la cultura estoy sobreviviendo de casualidad, hay cada vez menos interés de que Argentina tenga un desarrollo, no sólo artístico sino culturalmente fuerte; porque a nadie le sirve, eso es obvio. Porque así como me puedo llegar a morir de hambre, se puede morir de hambre un maestro, un marquero, gente que hace de su oficio la cultura y eso es tremendo. Igual no me preocupa mucho el hambre en lo personal. Me resultaría más trágico que desaparezcan las bandas.
Cuando llegue esa época voy a vivir para el orto, porque la verdad es que me eduqué para comer bien, estar abrigado, es decir, no estoy preparado. O quizás al revés, es lo que se necesita, salir de la mariconeada. Está bueno preguntarse cuál será el camino.

Postales de la ciudad.

Te va a parecer tonto quizás, pero las postales son los negocios gastronómicos, las pizzerías, donde se pueda comer algo barato de paso. En Buenos Aires está ese decreto de Duhalde que me indigna, el cual después de las 22 no se puede vender alcohol. No puedo entender como lo seguimos soportando. En Constitución hay algunos lugares en donde te la venden, generando una contracultura de la cual estoy orgulloso. Hay que ser un poco más abierto de cabeza.

Se queda pensando en sus postales y de repente mira a un costado. Me dice: “Esa es una postal brutal y profunda”. Y con su mirada me señala a un viejo muy abrigado, quieto, con la mirada firme, sentado en la primera mesa del bar. El señor enfoca su visión hacia afuera y mira la gente pasar. En su mesa no hay nada.


Entonces se queda, por primera vez en la mesa un rato callado, y dice lo último: “Los bares siempre fueron una gran postal. Recuerdo que venía a Buenos Aires desde La Plata, no tenía donde dormir y me quedaba en los bares. Iba de bar en bar; escribía, leía, contemplaba y hasta apoyaba la cabeza y dormía si me daban ganas. Después me tomaba el tren y me volvía. El tema de la cultura humana es increíble, cómo se construyó un lugar para que se pueda ser noctámbulo, y los bares reflejan o son eso. En la noche está la esperanza de la humanidad. Momentos que al bajar un poco el ruido y el ritmo a uno le es más fácil escuchar la voz interior, la de la ciudad, los ecos, aparece la gente que no está tan metida en el funcionamiento del mundo”.
Suena “Lluvia dorada” y se escucha el lamento de un escritor bastardo: “Lluvia dorada cae otra vez, oro en polvo Federico yo te adoré // No quiero que me olvides rayo de luna sobre las tres, no quiero que me olvides vida platense dulce y cruel”.
Se levanta, agradece mucho, se acomoda el nudo azul de la corbata y sale apurado porque se dio cuenta de que pasó mucho tiempo desde que le dijo a la dueña de sus mimos que luego la buscaba. Va hasta la barra, pasa a través del vidrio de la mesa, saluda nuevamente y se mete otra vez en esa ciudad que lo contrasta. Voy hasta la barra, Pángaro pagó su cerveza y mi café sin que me diera cuenta. Todo un dandy.

Publicado en De Garage, Diario de rock. Julio de 2009.
Como dice una amiga: Siempre es mejor la edición en papel.

2 comentarios:

Julia dijo...

Sabés q cuando vi El hombre de al lado, sabía q era del mismo director q El artista, Eso ya me predispuso bien, y cuando escuché la música de la peli, pensé en Pángaro. Y después lo vi a él bailando, divino, todo dandy. Y claro q también sonreí.
Saludos!

Facundo Arroyo dijo...

Un Dandy altamente punk y encantador. Saludos Julia!