miércoles, 20 de abril de 2011

Super Pos de Flower Power

                                          Foto: The Dark Flack

El siguiente registro se trata de todas las notas que le fui haciendo a La Flower Power durante varios años en De Garage. Una huella de todo lo que puede crecer un colectivo de La Cumbre generado desde un sótano que exigieron extinguir.




 

2008. Año II de De Garage. Primera nota.

Ceremonia culta / Oculta.

Nota del editor: No puedo encontrar el archivo.

2010. Año IV de De Garage. Segunda nota.

Cobertura especial
“Nacimos en el sótano del bar”
Existe una especie de comunión los miércoles a la madrugada con cita en el Varieté. La Flower Power encabeza este movimiento que visitamos para dejar un testimonio, un relato posible de esta tradición que floreció en el último tiempo y es hoy una gran fiesta musical. Sí, le metimos un mes entero a los miércoles y hasta fuimos testigos de la última canción en una de las noches.

Por Juan Francisco Obregoso y Facundo Arroyo
Cualquier persona que se dirija de camino al Varieté va a notar un elemento no concordante con el ambiente al llegar a la cuadra. Una Volkswagen Van -que usaron los hippies en el 60´ para recorrer su país- con una inscripción con todos los colores del arcoiris, pintada a mano. Flower Power se lee en los laterales, es la camioneta de esta banda que a fuerza de música  gestó un movimiento subterráneo, un secreto a voces; de tranquilas reuniones de músicos y amigos a algo mucho más exuberante.
Mientras piden una contribución opcional para la banda -habrá tiempo para tratar de contar esta banda-, un tipo en la puerta suelta un bailen en paz, afirmación que tal vez condense el espíritu de esto; la gente es magnífica. Hay poetas burlones y todo el mundo baila, o la mayoría, se acumulan cervezas en algunas mesas a los costados, personas de todas las edades y procedencias. Pero todo el mundo es amable -o la mayoría-, la cerveza es barata y negociable y a lo sumo algún borracho puede proponerte compartamos el mingitorio no aguanto más  y ofenderse por  no deja pasá vos
En el lugar se produce una especie de vibración generalizada que envuelve los cuerpos de las personas en la música, la gente recibe esa energía, la disfruta por un momento, y la devuelve transformada en otra cosa, en otro movimiento, o palabra o lo que sea y eso llega a la banda otra vez como en el ciclo del agua; de este lugar se alimentan los sueños de las personas que están durmiendo en este momento, toda la energía y la locura sale disparada desde acá hacia los sueños inconscientes de la gente y así se convierten en su deseo ignorado.
Siempre hay más de seis músicos, saxo, violín, guitarras, bajo, batería, armónica, cantantes, teclado; y los músicos alternan instrumentos y sube otra gente a tocar y todo es maravilloso. Opciones hasta de bandas completas, como pasa uno de los miércoles, que termina tocando La Patrulla Espacial entera y se contagian del ritmo: hacen más de veinte canciones. Hay un patio como un pasillo donde se apiñan personas, todas fuman apoyadas contra las dos paredes que están pintadas y escritas por la gente, mensajes personales o de bandas de música o amigos o amores perdidos, y uno pasa por ahí para ir al baño, y termina y vuelve a entrar y el techo hace que todo suene más fuerte.
Flower Power no toca de modo convencional, digamos, no paran entre tema y tema, hacen segmentos instrumentales uniendo cada pieza que tocan. Hacen melodías clásicas de diferentes géneros, cosas latinoamericanas y reggae y blues y rock n´ roll y muchas de sus canciones suenan como ya escuchadas antes, son covers de melodías lejanas alojadas en el fondo de nuestra mente que suenan a conocido. Entonces, tenemos canciones de horas, con intervalos para que los músicos no sean definitivamente y para siempre absorbidos por la música y sigan tocando, es improvisación libre y en algún punto planificada pero libre, los lleva y les sugiere a dónde ir y ellos se dejan llevar y empujan ciertas puertas o aprietan algún botón desconocido y todo estalla.
“…estábamos ahí para juntarnos a tomar algo, hablar y tocar esté quien esté y ese año que no iba casi nadie éramos todos músicos zapando y zapando y bandas amigas también. Después funcionó y ahora se llena de gente… sólo faltamos los miércoles cuando andamos de gira... y siempre que volvemos ahí están los miércoles de Varieté esperándonos... Salud”, dice la gente Flower Power.
 Mister Blues.
Un abuelo sentado al borde del escenario mira de perfil la banda, usa traje y corbata y sombrero y chicas le piden sacarse una foto con él y le convidan alcohol, saludan a Mister Blues que espera al borde de cualquier escenario su turno. La gente se impacienta y grita su nombre y ahora se hacen oír realmente, la banda lo acepta alegre y Mister Blues canta y evoca espíritus que visitan el lugar por un rato y todo parece como de los cincuenta, la gente baila y se ríe mucho, Mister Blues tiene una honda voz aguda que suena casi lejana o muy precisa.
“Aplaudan a Mister Blues que tiene más de setenta años y la sigue rockeando che”, Dice Tobi y destapa otra cerveza. Mister blues mantiene la cabeza gacha y sus labios se meten para adentro, siente esta música eterna y piensa en letras de aquellos años de vestidos anchos y malteadas -invasión cultural-  mientras dice voy a seguir cantando rock and roll hasta que me muera.
Esta noche (una de las) llegaremos a ver por única vez el final de un recital de Flower Power, a las 5 y media am. La música es nuestro motor… el Varieté es nuestra segunda casa, ahí nacimos, en el sótano del bar, dijeron antes en la terraza de Radio Provincia donde tocaron primero para después hacerlo en plaza San Martín, donde también lo acostumbran, y ahora en este escenario que es el regreso a casa después de un largo día de trabajo, cuando se relajan para dormir como es debido.
“Con jorge que es uno de los dueños nos conocemos del barrio La Cumbre, nuestra cuna... de toda la vida y por eso nos dejaban hacer nuestras locuras de tocar y tocar. A veces tocábamos miércoles, jueves y sábado... si no tocaba nadie ahí estábamos nosotros, un poco como pasa ahora jaja... y Nancy, la otra dueña, nos fue tomando cariño, ahora nos adora”, sigue largando La Flower Power.
Y momento para el cambio de ámbito, llegó tan solo para un rato, algunos días antes, cuando todavía no era abril. Catorce son los músicos que se abrazan ni bien termina el recital de La Flower Power en el Teatro Café Concert. Están todos, arriba y abajo del escenario, la banda acaba de grabar su primer dvd en vivo y nadie se lo quiso perder. Hasta los músicos de Elvin Blues sonríen mostrando las muelas de juicio y se prenden a la fiesta. Allí, entre mesas desordenadas y chalinas con perfume de prepo para la ocasión, la banda de la Flower se tiró un par de trapos encima para asumir un lugar distinto al acostumbrado. “Es como el Varieté pero cuatro veces más grande y más cheto” dice un chico que parado en la mitad del lugar, se corre el flequillo recto y mira para arriba, esperando ver alguna araña colgada de los andamios. La caravana sigue pero nosotros ahora nos vamos a dormir.











2011. Año V en De Garage. Tercera nota.

La historia es el viaje
“Somos todos y ninguno”
La Flower Power es un colectivo de músicos y artistas que no conoce la ciencia de la toponimia. Van de Pinchevsky a Guaraní, de un integrante de veinte años a uno de más de setenta. Música ambulante para un fenómeno que se colgó de un changuito y llegó a la increíble Volkswagen combi en sólo 40 cuotas.

Por Facundo Arroyo.

Dos chicos en bicicleta pedalean del Meridiano V a 17 y 53. Desilusionados por la poca gente en la estación van buscando algo para sobrevivir el primer día del 2011. Son las tres de la mañana y las bombas de colores en el cielo todavía brillan en los barrios pegados al casco de la ciudad.
El socotroco que conforma la franja universitaria ya ha abandonado la ciudad y se nota. La agitación cultural que tanto sobresale durante el año, cuando comienzan las fiestas, en La Plata, se anula. Es como una ciudad arrasada por el agua, abandonada y retomada por fantasmas que chupan agua y pasan trajeados por el asfalto picante.
Cuando esos dos chicos ya cerraron los candados, miraron lo que queda del muñeco hecho cenizas y van a mear descubren los colores. Ya no en el cielo, sino cruzando la rambla de 51. La Volkswagen pintada por Falopapa toma el sector y el generador ya está lanzando energía. Primero de enero, las tres de la mañana, las bandas rajando del cielo y el primer recital del año queda reservado para La Flower Power.
Están todos o casi todos. No hay todos, no son casi. Los acordes de sus canciones siempre salen desde el integrante que en ese momento esté. Integrantes son todos y ninguno. En La Flower Power las divisiones no suelen hacerse visibles. La reunión es una fiesta y los que la encuentran la terminan bailando. Hay autos que venden cervezas y mensajes que duermen en el emisor por la saturación. A las ocho de la mañana los instrumentos de La Flower son tomados por cualquiera y la rambla húmeda termina siendo un canto bar. Se entonan instrumentos y se cantan notas. Todo mezclado: paz, amor, libertad y respeto.


Compartiendo muchos momentos con La Flower Power quizás la lógica respuesta de una postal que busque reflejar a la banda sea hablando de su música. Pero existe algo importante en todos ellos, que a veces no se puede percibir, y son las maneras de encarar la vida de la banda frente a situaciones cotidianas. La Flower Power es libre, desprejuiciada, desordenada, potente, ambulante y por sobre todas las cosas va para adelante.
Frente a toda la información que esta redacción tenía sobre ellos la decisión fue elegir un viaje a San Telmo donde se encontraron situaciones particulares que pintaron a La Flower en plena esencia.
Situaciones inesperadas, charlas, música en vivo, ejecución y condimentos se presentan en una marcha que nos enseña, nuevamente, cómo se puede vivir el rock. Una cultura rock bien de acá, sin “made in mierda”, sin gas natural ni agua potable, sólo la música como un triunfo hacia la libertad.

Se ven pájaros negros desde la camioneta de La Flower Power. En la autopista parecen ser amigos de los autos que dejan adelante. Le tocan bocina y la camioneta devuelve alertas chistosas: sonidos que salen del juguete que siempre está en oferta. El velocímetro no supera los 70. Tira eso, suficiente para viajar tranquilos, como van, tirados al volante, sobre los asientos, apretados, callados o eufóricos.
            Mientras Tobi (socio fundador de este colectivo de artistas) maneja, cuenta que sacó el registro en Berisso y que el cartel de “Principiante” es veraz. La camioneta por dentro tiene una mezcla de olores difíciles: pizza, cerveza que brota de los cubre asientos, arena, barro. Olor que no molesta, todo lo contrario, integra. Tiene dos asientos traseros enfrentados y un espacio al fondo para algunas cajas de sonido. Para la última gira soldaron una parrilla que abraza todo el techo y en el paragolpe trasero se ve una inscripción: “Escuelita de música Jorge Pinchevsky”.
            “Lo vimos a Goy Ogalde en Entre Ríos y se nos acercó porque vio el guardabarros. Nos contó que antes también había vivido con ellos. Jorge estuvo con nosotros los últimos años de su vida, grabamos un disco en La Cumbre, inédito, él quería que sea pirata y lo presentamos en Caetano. Se murió a los quince días. Nos dejó la enseñanza de abrir nuestras cabezas a otras músicas y de ahí nace La Flower. De alguna manera fue uno de los impulsos más importante de que hiciéramos esto”, cuentan.

            Tobi se balancea de izquierda a derecha y viceversa con el volante. La camioneta va derecho pero el eje pide estabilidad. Lo hace con naturalidad, con cancha. Hay problemas de electricidad y si se para en alguna subida habrá problemas porque todos van a tener que empujar hasta que vuelva a encender. “El otro día se nos apagó y estábamos en subida, por suerte no había nadie atrás”, explican.
            Cuando La Flower frena en los peajes la primera cuesta y el ronquido parece una segunda exigida. Nadie se mosquea, Beto (saxofonista, el otro socio fundador) va mirando el paisaje y Roppo, bajista, tiene la mirada clavada en un cenicero. “Hola, qué tal. Chau gracias”. Siempre, ante cada intercambio, sea cual sea, la camioneta deja una sonrisa en el camino.
Ésta la pagó el Varieté con los miércoles. Nos quedaron unas cuotas cuando cerraron el bar. Teníamos calculado 40 cuotas más o menos”, cuenta Tobi y dice que la gente cuando los vio por primera vez con la nueva adquisición se puso feliz. Siempre los veían acarreando el changuito con sus instrumentos por la calle.

Un vestido en adoquines

“Que lindo ruido que hay acá”, el que hoy va a tocar la batería estira los brazos y se le pinta una sonrisa cuando escucha de fondo una cuerda de tambores en San Telmo. Entre ellos, también viajó un tipo de rulos rubios y largos. “No voy en el auto porque no tengo los papeles” dijo y se mandó arriba. Es vendedor ambulante y hoy es una flor más, ni bien se baja se compra un bombón helado que le vende un viejo que ya se está yendo.


Hay un tipo que viene cruzando la calle con una sonrisa enorme. Le brillan los ojos, gastados, y con su trapo zamarrea la pintura de la camioneta. Está feliz de ver esos colores, los símbolos, está feliz de sentirse en otro lado.
El tipo se acerca y propone una charla sobre sus gustos del rock and roll. Sabe. Mucho. Cuenta su historia del San Telmo rockero: “El loco Luca”, le dice a Prodan, “zarpado de ginebra el loco ese. Los Manal, todos tipos que borrachos hacían música para la libertad”. Dice frases que no le pesan, como si estuviera hablando en el patio de su casa. Hay dos autos que se van de esa calle y a él no le interesan: “Total a esta hora ya no me dan nada”, explica.
“Después de Jimi Hendrix se pudrió todo”, le dice Toby para tantearlo. Cuando uno no se da cuenta de cómo van pasando las cosas, la ronda ya se armó en base a la puerta trasera de “La camio”. Circula todo lo que tiene que circular. Sin problemas.
No se sabe el nombre del tipo pero protagoniza la charla y mira a toda La Flower a los ojos. Le brillan las retinas: “Todos mis discos son de los tipos de arriba. Los que provocaron el rock and roll. Qué bueno B.B King. Si a mí me dijeran qué parte del mundo querés conocer”, aprieta los labios y la voz y lo dice despacio: “Llevame a Missisippi. Escuchar a los negros que realmente sienten el blues. Y que te den un vino tinto, no me des otra cosa, dame vino tinto. Esos negros no pueden tener tanto corazón para tocar la guitarra. Me emociona. Esos son los negros esclavos, ese es el sentimiento”. Mientras lo cuenta se le eriza la piel, tiene el brazo gastado del sol bonaerense y él elige decir “piel de gallo” porque es bostero.

“Mi mujer no lo puede creer cuando me emociono con el blues. Me dice que soy un pelotudo”. Se ríe, hacen chistes y entre risotadas el esclavo del trapo (víctima del sistema) explica lo que le dice a su mujer: “Vos me mandás a la calle a laburar”. Y después se ponen a pensar lo que es tener mujer.

Reflexiona sobre las libertades. Fumarse un porro hoy y hace 30 años. “Nosotros con esto la luchábamos, loco. Nos agarraban con un porro y nos metían en cana. Y ahora todos esos forros se mueren de viejo. Yo les digo”, aprieta los labios y la voz nuevamente y les balbucea en una charla onírica: “No te mueras hijo de puta, quedate, miranos cómo vivimos ahora. No te mueras”.

El tipo se acaba de convertir en una flor más. La Flower Power está acostumbrada a este tipo de intercambio, pero lo real aquí sería incierto. Le cambian el rumbo y le preguntan por el violinista del rock: “Pinchevsky y su violín eran una sola persona. Te digo porque lo conocí cuando venía a la bohemia de San Telmo. Tocaba cualquier cosa con ese instrumento”.
“Fijate el paragolpe de la camioneta lo que dice…” lo advierte Beto y todos se vuelven cómplices. Esperan la reacción pero el trapo demencial está muy emocionado, no lo ve, no apunta donde la camioneta dice “Escuela de música Jorge Pinchevsky”. Vuelve con otra anécdota y se ríe. Ese tipo tiene una tarde de aire puro. De esas que hace rato no tiene.

“Ahora cuando termino con el laburo paso un rato. A las ocho me voy muchachos, no les aseguro nada”.
La Flower le deja sus dos discos (“Concientizando la cuarta dimensión desde la nave intergaláctica” y “Naturalmente antes de la desmolecularización: un cambio mental, social y cultural”) y el trapo demencial los abraza y se va. Antes tira su último pedido: “Con el alma muchachos, toquen con el alma”.

Cuando la banda pisa Plaza Dorrego hay una cuerda de tambores que baila sobre una de las calles laterales. El sonido estremece y casi hay que gritar para poder hablar. Toby y Beto se van a buscar al organizador del espacio donde tocan y se pierden entre la multitud.
Luego de un rato, ya sentados en una esquina metida en el corazón de la feria, cuentan un poco la historia del espacio en el cual están participando: “Es un loco que se calentó con la movida ocupacional y salió a defender el espacio público. Se tuvo que hasta trompear con un par de tipos y ganarse el lugar como un maldito. Luego de todo el primer bardo, las Madres de Plaza de Mayo se enteraron de la movida y salieron a respaldarlo. Consiguió ese espacio para organizar un evento todos los domingos y no puede bardear si quiere seguir teniendo el apoyo de Madres. A nosotros nos vio una vez que vinimos y nos pusimos a tocar como en todos lados y nos hizo la propuesta de tocar en ese espacio”.
“Hay tango, folklore y luego estamos nosotros como una propuesta de música contemporánea por la mezcla que a veces hacemos en vivo”. Esa mezcla los lleva a tener propuestas como la de tocar en un casino en Entre Ríos, idea que luego de un tiempo se esfumaría, pero la razón de todo esto es su sincretismo con la música.
La Flower ya recorrió todo el sur del país y este último verano anduvo por Entre Ríos y Corrientes. “Tantearon” la camioneta para ver si llegaba y se logró. El próximo destino será el Norte pero habrá que esperar algún tiempo. Mientras tanto, y sin ningún tipo de agenda, la banda se llena de fechas en la ciudad y el Conurbano para los primeros meses del año. Hasta deben postergar algunas charlas por las idas y vueltas que todavía hacen, producto del verano extendido.
El sol en San Telmo se raja. La feria, de varias y angostas cuadras adoquinadas, se va quedando quieta y los pulóveres tejidos manualmente se empiezan a registrar. En San Telmo hay mucho personaje: alguno creíble, otro no tanto. Uno tiene la sensación de estar siempre cerca de alguien con una historia extraordinaria, brillante, que se podría contar. Como ese hombre de barba larga y blanca que fuma pipa y come bondiola en la esquina. Está solo, quieto y sus manos están libres, como si ya hubiera escrito su propia historia.

Esa noche, cuando termina el recital de La Flower Power, el organizador que se trompea por el espacio público le propone ser “Banda estable” para el espacio y La Flower acepta, por supuesto.

Facebook hippie

El sincretismo de la música de los integrantes de La Flower, recordar: “Todos y ninguno”, nos transporta ahora al interior de la escuelita de música Jorge Pinchevsky. Allí, entre la oscuridad y los papeles, se escucha a Horacio Guaraní. En vivo en el 84. “Tenía la segunda parte en vinilo, este lo conseguí ayer”, dice Toby y sigue y amasa: “Estamos mezclando el dvd, esa noche pusimos tres cámaras, 500 pesos cada una. Lo está armando una amiga sin compromiso, se llevó trabajo para el verano. Esa noche cortamos 400 entradas, habría 500 personas”, cuenta haciendo referencia al cumpleaños de la banda que se festejó en el Teatro a sala llena. Y en eso sale el grito de Beto desde la pieza: “Mi caballito querido ésta te pido nomás”. Y luego siguen todos, incluye a Roppo, un amigo plomo y un dogo blanco: “Caballo que no galopa va derecho al pisadero”.
“Ese es nuestro Facebook”, dicen y lo que se ve son tres paredes repletas de papeles que toman distintas formas: folletos, afiches, tarjetas, notas en diario de rock, entradas, fotos, comics. En el lugar no hay luz, ni gas natural. Hay instrumentos sí, hay despojo sí.

            De la escuela se sale por un pasillo. En la vereda van llegando los que en una tarde, bien particular, van a ser de La Flower Power. “Nunca sabemos quiénes vienen. Ensayamos cuando tocamos en la calle”.
Se sientan en los bordes y cuentan historias de reviente que algunos comparten y otros se enteran en ese momento. Los lapsos, los instantes, los viajes. La hora se pasa y ninguno la tiene en cuenta. Cuando alguien arranca la camioneta los demás se paran y salen a tocar. Es sólo cuestión de prender el generador y ejecutar manos, aire, movimiento, sentimiento.

En “Crónicas con fondo de mar. Vidas secretas del Río de La Plata”, Juan Bautista Duizeide reflexiona sobre los límites modernos: “Los mapas conspiran en silencio para imponer su lenguaje y, con él, una visión del mundo. Históricamente su trazado valió como una excusa más para los imperios y su dibujo guió a quienes invadieron territorios y arrasaron con su flora, su fauna, su población, su cultura. Pasadas las agitaciones de la conquista, los mapas devienen pura ideología. ¿Qué otra cosa es sino el norte puesto al tope, cuando en el espacio no hay arriba ni abajo? Son muy pocas las veces en que lo lugareños consiguen ganar la batalla simbólica de la toponimia que se da en el campo de combate de la cartografía”.
Arriba de la camioneta los lugareños que hacen música van por los caminos trazados pero sin destino. Dicen: “El tiempo no es dinero, el tiempo es arte”.
En su último material discográfico, La Flower Power, deja un consejo: “No crean nada, simplemente porque se lo dijeron, o porque es tradicional, o porque lo imaginaron. No crean lo que su maestro les dice, simplemente por respeto al maestro. Pero luego de la indagación y el análisis, en razón de todo lo que descubran como conductor hacia el bien, el beneficio y el bien estar de todos los seres, crean en esa doctrina, adhiéranse a ella y tómenla como su guía”.

Y se viene a la mente ese último consejo, hecho grito, del trapo demencial: “Con el alma muchachos, toquen con el alma”.


Cuadro de contexto

La escoba, la quena y un corazón blusero

La Flower Power cuenta, entre sus filas, con tres hombres que no suelen verse en formaciones clásicas del rock, no los tres juntos. Mr Blues, Pablito y el Norteño mezclan edad con desquicio y desde allí se proyectan al imaginario.

El palo del rock and roll

En el Viejo Varieté hay un tipo que amenaza. Agarra un palo de escoba con las dos manos y lo zamarrea. Mira fijo, pero cuando siente el punteo de las violas él ejecuta arreglos en tercera. En ese momento cierra los ojos y se contorsiona, se arrodilla y dobla sus labios hacia la izquierda. Es Pablito y su escoba no se usa del modo convencional, sino que en su imaginario ese palo es su guitarra Telecaster.
“Pablito siempre estuvo con nosotros. Es de La Cumbre. Se crió al lado nuestro”, explica Toby que lo dice como si fuera uno más. En El Ayuntamiento se ve a Pablito cargar con los equipos de sonido de La Flower y con su nueva guitarra colgada de la espalda. Es una pieza de madera, creada por Falopapa, como todo lo que sale para ese grupo, que tiene dos o tres cuerdas de nylon flojas. Pablito toca esa noche con su nuevo instrumento pero se lo ve inconstante. “Voy a volver al palo, es más cómodo, puedo hacer mejor los tonos”, explica entre gritos y se transpira un  poco.
“A la guitarra que después se la pintó Falopapa se la robaron. ¿Puede existir alguien tan hijo de puta que le robe la guitarra a Pablito?”, dicen los chicos de la banda y la respuesta es sí. “Igual a mi me gusta más el palo”, repite Pablito y se cuelga de la camioneta. Y se va.

Quena y caramelo.
En 7 y 48 hay un puesto de pochoclos. “Vine a la ciudad y dejé la música como oficio. Me dediqué a vender pochochos”, dice El norteño, músico que generalmente aparece en el escenario acompañando a La Flower Power. Toca la quena, el charango, flauta dulce y todo lo que pueda transportar esa noche en particular para brindar los ritmos del Norte argentino.
Hay una carpeta, que se menciona pero que no se alcanza a ver, con toda una carrera musical hecha por este hombre de más de sesenta años. Recorrió Latinoamérica con distintas formaciones folklóricas y algunos de estos datos descansan en recortes periodísticos pegados exclusivamente en ese archivo.
El norteño, venda pochochos o esté tocando la quena, siempre tiene sudor en la frente. Sus ojos achinados esconden la angustia de su gente y su piel curtida bien le queda para quemar las madrugadas haciendo un poco de rock and roll.

Viejo corazón blusero
Tiene casi setenta años y hace muchos que se sube a cuánto escenario lo inviten. La Flower Power y la Elvin Blues son sus compañeros por estos días. “Vaughan está antes que Hendrix” dice. ¿Abuelito cool? No, lejos de eso. Sólo un viejo corazón blusero y atrevido.

“El lunes te parece, tipo ocho en el bar de Américo, allá en 2 y 44” Es alguna madrugada de algún jueves de febrero y Mr Blues, acodado contra la barra de Pura Vida propone a los gritos, día y horario para el encuentro.
Lunes. Tipo ocho. Bar de Américo.
La ciudad es un embudo caluroso que escupe caras fastidiosas a través de las calles y el bar es un punto de luz rancia en medio de la cuadra oscura. Pero a Mr Blues parece no importarle, sentado sólo allí casi en el punto equidistante del salón ocupado por mesas y sillas en tonos rojos y blancos. Unas bolsas plásticas a un costado y su bastón viejo al otro; dos mascotas que lo cuidan. Está concentrado y con la mirada, la cabeza toda, demasiada cerca de la hoja blanca sobre la que escribe algo.

“Pensé que no venías…” dice Mr Blues y ríe; porque ni él se cree el tono encrespado con el que acaba de hablar. “Me llamo Ricardo, “El turco” me dicen pero todos me conocen como Mr Blues… y esa foto es de hace cinco años, ahora tengo setenta, o sea que ahí tenía más o menos sesenta cinco”.  Para que Ricardo hable, para que Mr Blues cuente no es necesario preguntar nada. Él solo arranca a hablar, decir, a gesticular, a comunicar. Lleva la camisa desprendida hasta poco más abajo que el pecho, donde algunos pelos canos llegan a verse. Un tanto sobada, ennegrecida la camisa. “Yo empecé, me largué a cantar a los 19 años, con tanta mala suerte que me fue bien hasta el día de hoy. He cantado con Eddie Pequenino, canté en los mejores cabarets de lujos de Buenos Aires con unas minas infernales, estuve en el programa “Los Casi Casi chiflados”. La trayectoria mía empezó, digamos, en Lanús… Y me olvidaba de contarte, gané cuatro semifinales en “Si lo sabe cante” con Roberto Galán, en Canal nueve en el año 64…”. Nació en San Telmo, se crió en Lanús, donde tocaba en los clubes de barrio. Paso breve por Florencia Varela y por último, la ciudad de La Plata. Más precisamente, Berisso. “Ahora toco con los muchachos de la Elvin Blues… con el Pota Saavedra que para mí es Vaughan y con ellos y La Flower, en dos años de rock, me hicieron más famoso que en 57 años de canto. Mirá: Río Colorado, Río Negro, Chaco For Ever, Tranque Lauquen, San Miguel del Monte… Me agarran a pleno día en la calle “Hola como anda…” me dicen. Me abrazan, me besan, no sé quiénes son. Te besan las manos… La fama no es lo que más me interesa eh…” y dice “No” haciendo pendular sus dedos en el aire y agrega: “Yo valoro mucho el cariño, el respeto de la gente… No puedo decir malas palabras porque se va a grabar acá… pero… te voy a decir que soy tan hijo de puta que me quiere todo el mundo…”. Fumo sí, dice; aplauso, dice Mr Blues y se lleva las dos manos cerca la boca como sosteniendo entre ellas una paloma invisible y golpeándolas al tiempo que sopla, imita una especie de palmada, mientras un ventilador Turbo echa en vano un poco de aire desde una esquina.

“No puedes enseñarle al viejo profesor una nueva canción” “En el Camino”, Jack Kerouac.

Cualquiera que pueda contar entre sus experiencias, la de vital belleza de haber visto a La Flower, lo habrá notado. Llegado un punto de la noche –o de la madrugada o de la mañana o de la tarde, en verdad nunca está totalmente definido eso- Mr Blues sube al escenario, como todo buen viejo caballero saluda, y canta. Bill Halley, siempre, el resto del repertorio puede variar. “Lo único que me molesta es que cuando hago temas con la Flower Power, viste que yo subo a cantar temas de Bill Halley, me piden “Cocaine”… Y ahí me revientan las… -hace un gesto que se entiende, claro, como pelotas-  Mucho no me gusta ya hacer ese tema. Lo canto, pero no me gusta. Y yo le tomé asco a Eric Clapton porque cuando vino a la Argentina, se agarró la guita y no le dio reportaje a ningún periodista. Ahí le tomé asco y bronca”, dice Mr Blues al tiempo que hace girar en su dedo mayor izquierdo, un anillo de plata gastado que lleva grabadas las iniciales MB; deslucido puntito gris que rompe la  monotonía de su piel oscura. “Mientras estuve en La Plata cantaba en los cabarets. Después me cansé de cantar cosas tristes y dije “bah, vuelvo al Rock”. Había dejado al rock y vuelvo al rock… quedé en el rock and roll nomás. Rock and roll… I` m living for you” comenta y golpea el costado zurdo del pecho.

En una especie de romance cómico tejido con el dueño del bar, Mr Blues pide “un vaso de milanesa y un sanguche de vino” y agrega: “Con La Flower nos hicimos amigos. Hace dos o tres años lo conocí al Toby, que toca la guitarra. Nos hicimos muy amigos con todos los chicos. Y ahí empecé a cantar con ellos…”. Ahí empecé a cantar con ellos dice y lo subraya  con un gesto que le infla las venas del cuello. ¿El orgullo quizás?

-¿Por qué lo hace? ¿Por qué lo sigue haciendo?

-Porque no puedo dejar de cantar. Porque a la gente le gusta. La armónica me la robaron, pero en cualquier momento me compro otra. Canto, compongo a veces. No te miento, no te voy a decir una cosa por otra, no te voy a mentir. Jamás le dije a nadie que soy el mejor. Soy uno más… Una gran alegría, una gran satisfacción siento cuando canto. Y que lo que estoy haciendo lo hago por puro placer y no por plata. Una cosa es que vos cantes porque te pagan y otra cosa es que vos cantes porque lo sentís. Es así. Y según parece por los que me conocen y por los que me vieron en vivo, lo hago bien. Si hay algo que yo le agradezco a Dios en paz, en salud y en armonía es la riqueza más grande que tengo que es la gente. Plata no porque soy un tipo muy pobre…

En una de esas bolsas plásticas, Mr Blues lleva un rejunte de hojas escrachadas, tachadas, algunas a medio doblar. Una bitácora de escritos propios. “Un saludo a toda esa manga de rockeros viejos atorrantes igual que yo, con toda humildad, con todo respeto, espero que les vaya bien a todos…”, se despide Mr Blues mientras enseña una hoja donde hay escrita una canción intitulada “Rock Tributo a Los Beatles” y un pequeño poema garabateado de manera desprolija:“El que no cree en nada/tampoco cree en si mismo/vive su propio hermetismo/solo con su egoísmo”.

Colaboración: Nacho Babino.

2 comentarios:

Josefina dijo...

Vi luz y entré... ese vehículo increíble ya es una postal de la ciudad!

Facundo Arroyo dijo...

Querida amiga, prometo -en el aspecto realista- pasar a visitarte. Necesito de tu casa y de mis amigos de 78.

Gracias por pasar, las puertas en la covacha siempre están abiertas.