Le
encontró la vuelta. Tito tiene una verdulería hace más de treinta
años y del otro lado de la calle está su casa. Cuando entrás al
negocio te grita como si fuera un sargento: ¡Buenas tardes señor! Y
luego te deja elegir la fruta o verdura que vas a a llevar. El precio
es barato y redondo: tres kilos de papas, seis bananas y seis
manzanas son diez pesos. Lo dice siempre igual, con cierto despojo:
“die peeesos”. Lo mismo con cualquier combo. Llama la atención
que nunca haga la cuenta y que pocas veces use su balanza.
Generalmente son die peeesos, o veinte peeesos. No hay muchas
variantes.
Tito
dice que vende todo lo que tiene que vender bien temprano. Dice que
nunca lo ven porque vende lo que tiene que vender a la hora en la que
todavía todos duermen. Es pelado y cuando larga una carcajada parece
Papá Noel. Pero Tito no tiene barba larga y blanca, sí tiene dos
buldogs blancos que aún son cachorros. Macho y hembra. “A estos me
los voy a quedar, no voy hacer lo que hago siempre con todos los
perros y gatos que me llegan al negocio...”.
A
media mañana, Tito puede estar leyendo a Foucault, novelas del siglo
XIX o directamente El Plata, la versión reducida del Diario El día.
Si hay sol está en la vereda con más de una silla y si no está
adentro con la puerta cerrada; cuando uno pasa por ahí se lo puede
ver igual a través del ventanal que ocupa todo el frente de la
verdulería.
A la
tarde siempre está con otros hombres que se quedan a discutir sobre
fútbol o carreras de caballos. Tito les hace mate. También recibe a
dos linyeras del barrio y a los nenes que le piden alguna banana que
le sobre. Los linyeras y los nenes a veces también se quedan adentro
de la verdulería. Tito, por las tardes, pone rock and roll.
Ni
bien entrada la tardecita, el movimiento de la verdulería se apaga.
Baja la persiana oxidada, se lleva a los perros y guarda todos los
cajones con verduras, frutas y flores. Después de pasarse todo el
día entero en el negocio, Tito desaparece. Va a ser el primero en
levantarse al día siguiente para vender eso que nadie alcanza a ver.
Una vez me dijo: “Si necesitás seguir escribiendo varias horas
seguidas, venite temprano al negocio que yo te puedo ayudar”. Por
eso es obvio: Tito le encontró la vuelta.
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