Es raro que esté sentado un domingo a la
mañana en la puerta de casa. A esa hora el sol te dá de frente. Esperaba
a unos amigos, teníamos plan. Mi vecino, del cual conozco algunos de
sus gustos -sé que una noche cantaron con sus amigos el primer
disco de Vox Dei a los gritos, que sabe cosechar y que trabaja en la
Uocra- pasó por la vereda y me saludó amablemente. Todavía no se
aprendió mi nombre. Creo que tampoco sé el suyo, lo sospecho. Fue hasta
la esquina y volvió; quince metros. Cuando pasó nuevamente frente a mí,
se frenó y me dijo:
-¿Sabés una cosa? Esta madera que siempre
acomodo la puso tu abuelo. Antes era un tirante que sostenía la hamaca
donde jugaban todos ustedes. La sigo sosteniendo porque eso, la puso tu
abuelo.
Después se fue y puso un disco de Janis Joplin al palo.
Luego de veinte años vivo en la casa que hizo mi abuelo. Lo pensé y
después hice mis planes. Estuve en un lugar de antigüedades. Habitaba el
mismo olor que aquellos años. Estaba su olor. Ya ahora, de noche, nos
vamos al cumpleaños de la vieja, mi abuela, cumple 83, y seguramente
brindaremos por él.
Te extraño, abuelo.
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