El domingo fue un día gris, cansador. Luego del dulce barullo cultural me encontré solo sentado en un banco verde de la estación. Se había puesto oscuro y mientras la cara se me enfriaba los hombros caían. Estuve con la soledad y tuve miedo. De tenerlo todo a estar en un banco verde. En eso un coso negro apareció, parecía un engendro salido de un bosque heavy. Tenía los pelos duros de la mugre, despeinados. Caminó lento y me miró con dos enormes ojos color café. Era tan feo. Levantó el hocico y su mandíbula hacía que se le vean todos los dientes de abajo, casi que se comían su trompa. Puso sus dos patas en mis rodillas y con su cabeza me abrazó, se metió adentro de mi pulover. Qué hermoso pensé, pero luego tocaron bocina, me levanté y me fui; y él se quedó ahí abajo del banco verde de la estación, solo.
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