jueves, 7 de julio de 2011

Pogo de julio



El mundo es Baccarat
Colores, Martinis, lounge y punk en el bar que todo refugia. Sergio Pángaro & Baccarat tocando para mesas reservadas en un evento organizado por CicloP.

Por Facundo Arroyo.
Un crooner con un Martini en la mano, viejos amigos que vuelven a los bares olvidados y un ambiente jazzero de los años 50´. Ciudad Vieja termina siendo, siempre, una buena parada para artistas que salen de allí y no vuelven por mucho tiempo. Sergio Pángaro anda con su copa embudo por las mesas abrazando a personas que lo buscan en un bar para poder preguntarle cómo anda.
Pero la hibridación cultural y callejera que ofrece este artista produce que en las pantallas planas haya un recital de Prince a todo trapo, y que los que van a ver a Pángaro se cuelguen mirándolo casi todo porque la presentación se retrasa un poco. Pángaro que ha revolucionado la escena burguesa más perfumada con Baccarat lleva a sus seguidores a un barrio que cuando él tocó por última vez estaba abandonado, su estación lucía gris. Ahora Sergio sorbe de su bebida y se asoma por un vidrio empañado a espiar el movimiento de Estación Provincial.


Una señora enfundada en rojo y maquillaje de barro come una papa frita con los dedos. No le pone sal. Prince todavía grita con el alma y la señora hace oídos sordos. No le interesa Prince, ¿un negro que toca más de un instrumento?, pensará. Cuando sigue con su pizza especial (chica) la agarra con sus mismos dedos pero ahora hay una servilleta de por medio. Come sin hablar con su amiga, no escucha la música y mira los zapatos de las damas que pasan por el pasillo improvisado que la rodea.
“Buenas noches, perdón por la tardanza. Vemos, de todas formas, que están bien atendidos”, dice simpático Sergio y larga un alarido como si empezara un festival punk en 1975.
Los guiños platenses empiezan temprano cuando sus dos bellas acompañantes, la histórica Adriana Vázquez y la descomunal Mercedes Monserrat, lo acompañan con el coro diciendo “No quiero que me olvides vida platense dulce y cruel”. Una “Lluvia dorada” que lo hace reflexionar al Dandy que no para de mirar de reojo a la Estación Provincial.
El lounge no afloja como propuesta en Baccarat y las mesas, que al principio estaban todas reservadas se van llenando de a poco. Toca “Torero” y dice que de Napoli viene toda la música pop y “hasta me atrevería a decir que también viene el tango”. Chistoso Pángaro que entre tema y tema desarrolla sus clásicas charlas con sus dos acompañantes que lo siguen y hasta a veces toman protagonismo.
Paul McCartney que es un pesado y que se quiere meter -o colar- en todas las movidas. “Está bien tuvo una banda en los sesenta que se llamaban The Beatles, pero tampoco para tanto… tuvieron algo de éxito. Paul no quiere entender que los verdaderos músicos a veces no quieran tocar con él. Hasta se atrevió a criticar a Ringo Star, por favor”, va diciendo el cantante y actor. Se sigue riendo Pángaro y gana cómplices. Parodia a McCartney y al Apocalipsis. “¿La ceniza volcánica será el aviso para el próximo fin del mundo en 2012? Frase que nos retrotrae a la charla que tuvo De Garage con el dandy donde aseguraba que era increíble el pogo de Elmató.
Luego de tocar “Boogaloo” y bailar a todo trapo (traje), Pángaro se sienta, se come la aceituna del Martini y confiesa: “Che, cuando yo tocaba acá, el bar seguramente se llamaba Ciudad Nueva y en frente la estación estaba abandonada. Ahora la veo llena de luces y de vida. Me distrae un poco, me da mucha intriga, parece que tiene muchísima actividad. Me encantaría conocerla por dentro, cuando terminemos seguramente cruce un rato”.
Pángaro & Baccarat se despide y vuelve a hacer un bis. La banda entera junta a diez personas entre sesionistas de alto vuelo y glamour. Hoy no están todos pero los huecos no se sienten.
Baccarat pinta los tragos multicolores que el chaqueteado público pide sin parar, pero Sergio planta bandera como para que la cosa no se confunda. Es así que en el último tema de la noche el del bigote recortado se moja, se despeina (su jopo engominado se vuelve rulos), corre entre las mesas y luego con un gesto de crucifixión se para arriba de la banqueta y grita la última frase de la canción. Sus dos damas lo sostienen para que no se caiga y él se larga y desaparece en la puerta de la cocina que también da al camarín. Y la hibridación vuelve a aparecer cuando en las pantallas aparece Frank Sinatra, con un traje que seguramente se lo copió a Sergio, y canta New York y lo repite. Y lo repite.

Publicado en De Garage, número 44. Como dice una amiga: “La versión en papel siempre es mejor”.


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